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Saturday, January 28, 2012

Al borde de la escritura: Judy Nickell

Judy Nickell nació en Caracas, Venezuela, de padres americanos.  Habla un inglés perfecto y un español casi, casi, casi perfecto; por cierto que este “casi” no se nota, quizá ponerlo no es más que una manía de su maestra de escritura creativa: yo.

 Entre las grandes pasiones de Judy está la naturaleza, las flores, los árboles y los animales.  En su casa hay un pequeño zoológico de animalitos caseros que se pasean libres dentro de las habitaciones y en el jardín que Judy cuida con esmero…ah, y también por los versos y las líneas de su escritura lúdica y divertida.

 A la escritura Judy llegó hace mucho tiempo, ya que hizo una carrera de periodista, pero no fue sino hasta hace muy poco que se acercó a la escritura creativa y lo ha hecho con mucho acierto.  Judy escribe de animales, de lugares con hsitorias interesantes, de cuentos de pueblos, de leyendas y mitos sobre personas y cosas.

“Usted ha creado un monstruo” me dijo hace algunos meses, cuando luego de un ejercicio de poesía, usando la palabra “pared”, cayó en la cuenta de que, a partir de recordar un evento relacionado con la pared de una cantina de Shakespeare, pueblo fantasma, turístico, en el suroeste de NM, ahora estaba interesada en escribir en versiones al español (ya existen en inglés) su historia, sus costumbres y los cuentos de los personajes famosos que por ahí pasaron.

En ese proyecto está trabajando Judy ahora mismo, pero mientras nos llega el resultado de esta iniciativa, veamos un poco de lsu escritura.

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--Poesías inspiradas luego de leer a Alaíde Foppa y sus poemas sobre el cuerpo

El pie

El pie tiene muchos usos.
Al fin de la pierna
lleva el peso de
todo el cuerpo.          
Se usa para caminar,
para guardar el equilibro,
y para empujar la pala
cuando quiero
sembrar una mata.

Las rodillas

Dios nos dio las rodillas
para doblar las piernas.
Qué difícil sería sentarse
con las piernas derechas.
Con las rodillas dobladas
puedo hacer mis siembras,
sembrar tomates
y pentas, amores
y otras flores.
También,
las rodillas se doblan
cuando uno reza.
Quizá ese fue el uso
en el que Dios
estaba pensando.

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--Anécdotas sobre Juan Vicente Gómez (dictador venezolano de 1908 a 1935).  Historias conocidas por la tradición oral venezolana.  Incluso algunas se recogieron en un libro de Luis Cordero Velásquez.  Judy recrea algunas de estas historias como las oyó de niña e incluye algunas que vivió su propia familia.

Llega Lindbergh

            El famoso aviador Charles Lindbergh llegó a Venezuela en uno de sus viajes por el mundo. Aterrizó en el aeropuerto de Maracay donde lo esperaba el presidente Juan Vicente Gómez y dos de sus hijitas. Hay que acotar que Gómez nunca se casó, pero tenía un sinnúmero de hijos. Había reconocido a varios, los de sus mujeres preferidas, pero no a todos.
            Las niñas de Gómez llevaban ramos de flores tropicales para dar la bienvenida al conocido piloto. Al verlo bajar, se caminaron hacia el avión, cargando sus grandes ramos, con el presidente un paso detrás de ellas.
            Lindbergh recibió las flores con mucho agradecimiento. Como eran tropicales, no las reconoció y le preguntó a Gómez: “Are they natural?”.
            El intérprete le tradujo a Gómez: “¿Son naturales?”.  El presidente, pensando que se refería a las niñas, respondió: “Sí, pero reconocidas”.
            El pobre intérprete sólo pudo asegurarle al piloto que las flores eran naturales. Quién sabe si más tarde le pudo explicar los detalles que Lindbergh ignoraba.

El tacaño

            Juan Vicente Gómez, presidente de Venezuela en los años 20’s y 30’s, era generoso con los necesitados y con sus amigos, pero no aguantaba lo picherre. Por el contrario, el Sr. Caracciolo Parra Picón, de alta posición en el gobierno, tenía fama de eso mismo, de tacaño.
            Un día, estaban Gómez y don Caracciolo en el hipódromo cuando llegó una señora pobre, pidiéndole al presidente una beca para su hijo, que quería estudiar en la escuela militar.
            Gómez, que había sido militar y admiraba a los jóvenes que querían seguir esa carrera, abrió la billetera y sacó un billete de mil bolívares. Don Caracciolo, pensando que era demasiado, sacó dos billetes de quinientos para ayudar a Gómez a hacer cambio. Sin embargo, Gómez, que pudo ver las intenciones de Caracciolo, agarró los billetes y le dijo a la señora: “Este billete de mil se lo regalo yo, y estos de quinientos se los regala don Caracciolo”.
            La señora salió con una sonrisa y don Caracciolo se quedó con la boca abierta.

¡Ladrones! ¡Ladrones!

             Al anunciar la muerte de Juan Vicente Gómez, el nuevo presidente, Eleazar López Contreras, le dijo a los gomecistas que mejor se fueran del país. Decenas de hombres y mujeres recogieron lo que pudieron cargar y salieron a la costa, donde un barco los esperaba para llevarlos a Curaçao.
            La muerte del dictador originó saqueos de las casas de los altos funcionarios del gobierno y de los parientes del difunto que abandonaron el país.
            Cuenta un señor* que, mientras esperaba un taxi cerca de una de estas casas, miró a los saqueadores entrando con las manos vacías y saliendo con algunos tesoros.  Cuenta cómo vio salir de la casa a una mujer, cargando una estatua, y esconderla bajo un arbusto mientras entraba otra vez para buscar más cosas. Entrando ella, un hombre salió con su carga, vio la estatua y la añadió a su colección yéndose de prisa.
No mucho después salió la mujer de nuevo y buscó “su” estatua. Cuando se fijó que ya no estaba donde la había escondido, gritó desesperada: “¡Ladrones! ¡Ladrones!” y en seguida regresó a la casa, indignada, para tomar otros objetos.

*Este señor era el papá de Judy
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--Otros cuentos

El cuchillo

            Cuando bajé las escaleras me encontré con el cuerpo de mi marido, boca arriba, con mi mejor cuchillo clavado en el pecho. Era el cuchillo más grande de mi juego de cocina.  Bien caro que me costó ese juego.
            ¿Ahora qué?

La corneta

            En los años 30, del siglo pasado, la carretera de Caracas a Maracay era parte de una vía montañosa con muchas curvas. Para evitar accidentes, la costumbre era que, al llegar a un lugar donde no se podía ver si venía otro carro, el primero en llegar a que punto tocaba la corneta de su auto y el segundo contestaba con la suya. Así el primero seguía el viaje y el segundo esperaba su turno.
En esa época, cada marca de carro tenía su propio sonido de corneta. Había cornetas que sonaban como carrúr carrúr, otras joc joc, y otras más pip pip.  Se decía que en esa carretera había un espanto, que quizá era el espíritu de un pobre que había muerto allí.  Lo que caracterizaba a este espanto era que, aunque nunca se le veía, se distinguía por tocar la corneta cada vez que venía un carro. El conductor, al oír la corneta, se paraba y esperaba al carro que había pitado, pero éste nunca aparecía. El otro conductor entonces tenía que seguir con cuidado. A veces se juntaban algunos carros esperando en fila.
            Un señor que no creía en espíritus usaba la carretera cada semana y le pasaba lo mismo. Esperaba al carro del ‘espanto’ que nunca aparecía, pero él no se asustaba. No entendía qué pasaba, pero creía que había otra explicación que la de un aparecido.
            Un día, al oír la corneta, este señor acomodó el carro de forma que no estorbara a otros automovilistas, salió de él y subió al cerro para buscar de dónde venía el sonido. Esperó un poco y dentro de unos 15 ó 20 minutos vio que un auto venía subiendo.  Antes de que el conductor que se acercaba pudiera tocar su corneta, sonó la corneta del espanto y en ese momento el señor en el cerro vio al culpable: una guacamaya encaramada en un árbol.
Cada vez que oía un carro subiendo por la carretera, la guacamaya tocaba su propia corneta, imitando las cornetas de todo tipo de carro o camión que había oído tras los años.

El espanto de Ridgecrest

"Tenemos un espanto en la casa", dijo María en una fiesta de fin de año, en el apartamento de un amigo. Ante alrededor de unos veinte invitados y María siguió con su relato: "Es común que nos despertemos por la noche porque oímos como que alguien baja corriendo las escaleras. Parece que corre del sótano a la cocina y abre y cierra la nevera. Al principio, al oír los ruidos, íbamos a ver si era un ladrón, pero no había nadie. También solemos oír risas y voces, pero no entendemos lo que dicen".
Al escuchar la historia de María, Rita, otra de las invitadas, que no conocía de antes el relato tantas veces narrado, intervino: "Ese debe ser el espanto de Toby Parkhurst. Lo conocí en la secundaria". Todos voltearon para seguir con interés la nueva narración: "Aunque no era hijo de los señores Pettit, desde niño Toby vivió con ellos. Él invitaba con frecuencia a sus amigos a jugar, a tomar refrescos y a pasar un buen rato en aquella casona de dos pisos, con un sótano arreglado para juegos como el ajedrez, el monopolio o hasta el tenis de mesa. Siempre decía que iba cambiar su apellido a Pettit, pero nunca lo hizo. Después de unos cursos en la universidad, se suicidó en la casa. Nunca supimos por qué. Pocos años después el señor Pettit murió y cuando la señora Pettit se casó de nuevo, vendió la casa y se mudó a Santa Fe. Parece que dejó al espíritu de Toby en la casa".
Después de la fiesta, María le contó a su marido la historia de Rita. Por lo menos ahora sabían algo sobre el espanto, pero los ruidos seguían y los molestaban. Sin embargo parecía que no había nada qué hacer, a menos que se cambiaran de casa.
Ese verano, una mañana María salió a la calle vio un camión de mudanza en la casa de al lado. El equipo llenaba el camión con muebles y cajas porque los vecinos se mudaban a Miami.  María tuvo una idea repentina y entró a su casa gritando: "¡Toby! ¡Mira que tus amigos van a la Florida! ¿No quieres ir con ellos?". Todo continúo en silencio porque Juan no estaba, pero a partir de esa noche, la casa se quedó quieta para siempre…
¿Habrá sido que Toby se mudó a Miami y dejó su hogar en Albuquerque, en la que todavía es una de las casas más grandes de la calle Ridgecrest?
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--Otros poemas

Un viajecito emocionante

Las alas casi tocan
las paredes de los precipicios  amarillentos,
trigueños, con toques de marrón.
Las cascadas caen a la selva
verde de árboles tropicales
que esperan la lluvia allá abajo.
La avioneta da una vuelta y entra
en un valle angosto.
De pronto, la vemos
¡Salto Ángel!
la cascada más alta del mundo.
¡Que emoción!
La miramos así como Jimmy Ángel
la vio por primera vez
en 1935,
aquel día en que, volando,
mientras buscaba oro y diamantes
encontró, en cambio,
esta maravilla
que ahora lleva su nombre.

Amigos

Él es Samuel
            Es una rata grande y tierna.
Ella es Vainilla
            una ratoncita de ojos negros.
Viven juntos
            en una jaula.
Duermen juntos
            en una casita.
Comen juntos
            del mismo plato.

¿No son enemigos
las ratas
y los ratones?

Lo son
pero no lo saben
            Samuel y Vainilla.