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Saturday, January 22, 2011

ESPAÑA 2009

Trujillo, provincia de Cáceres, Extremadura: La princesa está feliz ¿qué tendrá la princesa?

Tercera entrega

Llegamos a Trujillo a media tarde.  Las familias nos esperaban expectantes...felices...parecia que esperaban a familiares...se veían tan contentas. 
Después de que los estudiantes se fueron con sus familias y nosotros nos instalarnos en nuestra casa, una hermosa casa de dos pisos, de cuartos amplios, de piedra y madera, de mirada antigua y moderna, situada a un lado de un arco llamado la puerta de San Andrés, donde termina si subes y comienza si bajas una cuesta con el mismo nombre.nos fuimos a La Coria, un exconvento convertido en la Fundación Xavier de Salas, el espacio que habría de acojernos por las cuatro semanas del programa y en cuyo jardíin de entrada se celebraba la fiesta de bienvenida.  Ahí estaban ya estudiantes y familias y la gente de la Fundación; había color, calor, risas, plática y una mesa larga llena de esa exquisita comida tradicional española: tortilla de huevo, paella, gazpacho y mucho más. Fue una tarde cargada de emociones...El lugar es mágico y apenas entrar esa magia te atrapa.  El exconvento es como un laberinto, uno puede entrar por una puerta y salir por otra, aventurarte por un lado y salir por el otro; encontrar en el trayecto cuartos espaciosos, asomarse al pequeño jardín interior, adivinar habitaciones vedadas al trajín diario, terminar en una ventana que da a la inmensidad amarillenta en el verano de Extremadura, a las ruinas de otras reminiscencias del pasado...
María y Margo eligieron la recámara de abajo, yo la de arriba, en realidad el único cuarto en le piso de arriba.  Ellas estaban felices de quedarse en una habitación menos caliente; yo arriba apenas si llegué a prender el ventilador en toda mi estancia, siempre el calor me es más soportable que el frío, aunque los veranos en Extremadura son cosa seria, cosa seria. Mi cuarto tenía una ventanita, enrejada, claro,  que daba a la cuesta de San Andrés y por ella al centro de Trujillo, por un lado y hacia la muralla que llevaba a la Plaza Mayor por otro (en el baño había otra ventana que daba a una viea mansión de piedra, abandonada y en ruinas ahora, eso hacia el frente de la casa).
Trujillo tiene un castillo mozárabe que sirve ahora como museo y como teatro cuando se llevan a cabo las temporadas de teatro en la ciudad.  Por las noches luce iluminado y uno, extranjero, puedo sentirse parte de un sueño...Hay varios museos, uno de ellos es el del Traje donde se exiben diferentes trajes de la historia, de la cultura española y de la ciudad, el Museo del Queso y del Vino, el de la Casa Pizarro.  Hay casonas importantes, como El Palacio de la Conquista y casitas interesantes, la falta de color o el color blanquecino, amarillo, ocre acentúan el aire antiguo, la nostalgia del ambiente...La Plaza Mayor tiene su fuente al centro y la rodean casas antiquísimas, restaurantes, la iglesia de Santa María la Mayor, algunas tienditas y claro la enorme estatura de Francisco Pizarro, conquistador de Perú, nacido precisamente en esta ciudad...Es una mole que no tiene contentos a todos, pero... El ambiente por las tardes empieza a sentirse más y más, el ruido va creciendo en intensidad como si un enjambre de abejas se fuera acercando hasta que se instala.  La gente va saliedo de sus casas y cayendo a disfrutar las tardes tomando cubatas, cerveza, vino, nieve, bocadillos, raciones; disfrutando los embutidos más deliciosos del mundo ¡qué chorizo Dios, qué chorizo!
Estuvimos ahí cuatro cortas semanas, viviendo un cuento de princesas...Yo, quizá sólo yo, no lo sé, pero princesa, ama, mujer del pueblo o lo que fuera, me sentía parte de una realidad cargada del pasado que abrazaba cada fibra de mi ser cada día...Cada mañana salía de la casa y mediante una serie de callejoncitos empedrados, escalinatas, subidas y más llegaba a La Coria y levantando mis faldas largas con una mano mientras sostenía mi abanico con la otra, entraba al jardín y luego al edificio; subía una escalera a mi derecha, cruzaba un amplio salón desamueblado, entraba a otro espacio que me llevaba a otras escaleras y llegaba, ya no sé bien a bien cómo, a mi salón de clases...abría la ventana que da a la inmensidad amarillenta en el verano de Extremadura, a las ruinas de otras reminiscencias del pasado...el cuadro pintado con manos celestiales que exponía a mi espíritu el campo abierto, extenso, extendido, seco por la época, lleno de líneas de cercas dividiendo terrenos y aquella herencia donde se dice que vivían unos monjes y desde donde cruuzaban por un túnel hacia La Coria, donde estaban las monjas...eso dice la leyenda.
Héctor, quien había estado casi una semana por Sevilla y Granada, atendido como un conocidos de años por unas maravillosas mujeres que lo hospedaron (Edith en Sevilla, Ana y Luna en Granada), lllegó a la ciudad tres días antes de que el programa terminara.  Juntos recorrimos su cuerpo de piedra antes de decirle adiós y ahora la extrañamos como si juntos hubiéramos estado las cuatro semanas, como si juntos hubiéramos nacido tras alguno de sus muros.
Trujillo es un pueblo mágico, sin la sofisticación de las ciudades más grandes, ofrece historia, cultura, diversión, entretenimiento, buena comida, buen trato de la gente del pueblo...Hay un hombre, un francés que cada verano al menos, acude a su cita con Trujillo, lo ha hecho por muchos años ya y seguro lo hará por siempre.  Acude al llamado de la sangre de las rocas que se te mete muy adentro una vez que has pisado su tierra, que has cruzados alguna de sus puertas, que has probado el sabor de este pedazo de Extremadura...

Mientras estuvimos esas cuatro semanas ahí, con los estudiantes, como parte del programa, y solas el equipo de trabajo, hicimos varios viajecitos, Mérida fue el primero...

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