Primer destino: Salamanca
Segunda entrega
Allá por la tercer semana de viaje, una estudiante me preguntó cuánto costaban los boletos del metro en el aeropuerto de Barajas, en Madrid. Yo le dije que no tenía idea, que nunca había tomado el metro ahí. Alicia, la estudiante con la que había compartido el viaje desde Houston y de la cual había sido su "guía", me escuchó decir aquello y con sorpresa me dijo: "Carmen, lo tomamos para ir a los buses a Salamanca". Desde la bruma, el recuerdo quería abrirse paso, pero apenas le veía pedazos de sus facciones...
Cuando salimos del aeropuerto de Newark, me tomé una pastilla relajante para dormir (me aterra volar) y cuando llegamos a Madrid, con un gran atraso, ya el autobús con todos los demás estudiantes y mis compañeras de equipo se habían ido a Salamanca. Alicia y yo debíamos alcanzarlas allá por nuestra cuenta. Como la hablante nativa del español, la adulta, la maestra, etc., me correspondía lidiar con la responsabilidad de llegar bien a Salamanca y lo logré, parece que hice las preguntas adecuadas y tomé las decisiones debidas, ya que logramos llegar a nuestro primer destino sanas y salvas...aunque ahora no me acuerde de nada, nada, nada: no recuerdo bajar del avión, recoger las maletas, salir al metro, cambiarlo para llegar a "la central" para ir a Salamanca, el viaje hacia allá...Abrí los ojos por la tarde, cuando llegamos. Tomamos un taxi al hotel y EMPEZÓ LA PARTE DIVERTIDA, con ocho horas de diferencia con respecto al lejano Albuquerque.
Estuvimos en salamanca ahí algunos días en los que paseamos por la hermosa ciudad y visitamos algunos de sus edificios importantes. Pasamos mucho tiempo en la Plaza Mayor, un espacio enorme custodiado ¿alrededor? del cuadrado (irregular) por un complejo de tres pisos. Es del siglo XVIII. Muchos de los locales del primer piso son tiendas de diferente índole y restaurantes. Afuera de los locales, en algunas esquinas o salidas de la plaza se encuentran también los vendedores del comercio informal, mucho más atractivo a veces y por supuesto más barato que las tiendas formalmente establecidas (lo cuál no es privativo de España, por supuesto). La Plaza ha sido reconocida como Monumento Nacional (1935) y Bien de Interés Cultural con categoría de Monumento en 1974. A pesar de sus "imperfecciones" geométricas porque no es un cuadrado perfecto, es una de las plazas consideradas más bellas de España. El escritor Unamuno celebraba una tertulia diaria en un café de la Plaza, el Novelty.
A mí la plaza me fascinó. Me maravilló la sensación de entrar y salir de aquel espacio al aire libre, de aquel centro mágico, vibrante, bullicioso; había una sensación especial al cruzar sus arcos y respirar aquel rumor de siglos y de segundos...La gente se reúne día a día y los jóvenes se sientan en el suelo, se forman corros, hay música...hay vida a toda hora.
Salamanca me producía la sensación de vivir ese presente fulgurante con sus reminiscencias del pasado que abraza los tantos muros de piedra, las calles de piedra, los recuerdos de piedra...El hotel rompía la magia cada mañana en que María y yo nos peleábamos con el baño que tiraba agua fuera de la tina por una filtración en la parte inferior, pero, en cuanto superábamos el momento, ese y el del desayuno ( las mujeres que atendían ponían cereal en la mesa, pero no un plato hondo para comerlo, sino tazas, tazas iguales a aquellas en las que tomábamos café) Salamanca volvía a recibirnos nueva, vieja y mágica.
Desde Salamanca hicimos nuestro primer viajecito cultural a La piscina, en la Junta de Castlla y León, un pueblecito interesante con calles callejones estrechos, casas de piedra de dos pisos, con puertas de madera y ventanas diminutas. También tiene una plaza, o un espacio central, con una fuente en medio; alrededor las altas casas adornan sus barandales del segundo piso con flores de mil colores que tapizan los barrotes. Las callecitas con sus tiendas multisabores y multiolores son un paisaje increíble y antojable; algunas tiendas de jamón ibérico son espectáculares por sus decenas de jamones que cuelgan uno al lado del otro en filas de diez, de quince, no sé, a los lados y que parecen interminables al fondo.
Juana, una española muy simpática, es el enlace de Conexiones en Salamanca. Ella organiza las actividades a hacer en la ciudad y los lugares a visitar. De La Piscina nos llevó al rancho Dehesa de Rodasviejas, un rancho dedicado en especial a la crianza de toros de lidia, e independientemente de que nos guste o no la "Fiesta brava", el dueño del rancho ofreció una explicación muy interesante sobre lo que es el toro de lidia, y después de su plática, uno pudiera si no aceptar el espectáculo, entender por qué estos animales son usados para ella. El dueño del rancho tiene una placita de toros donde divierte a los estudiantes; cuando fuimos sacó una vaquilla e invitó a los chicos y chicas a "torear"; fue divertido y nadie salió herido, ni la vaquilla ni los estudiantes.
Otra de las cosas interesantes fue la comida incluida en la diversión: tortilla de papa, chorizo, carnitas, jamón y morcilla...En Buenos Aires la morcilla también forma parte de la dieta del asado, pero como allá, aquí los estudiantes reaccionaron con cierto asco al platillo al saber que es la sangre cocida del animal. A mí la moriclla me fascina, con chile jalapeño más, pero ni en Argentina ni en España la acostumbran así. Hubo una comida más formal en el rancho, pero no recuerdo mucho, es que a mí todos estos aperitivos me consumen la memoria después del paladar.
Con pena dejamos Salamanca, pero me llevé una anécdota que sorprendió mucho a Margo. Una tarde fuimos a la final de un concurso del cante hondo de las minas. A mí el flamenco no me gusta (ni modo, así es), ya ir fue mucha conseción de mi parte, pero la cosa es que aquella final se fue prolongando y allá por la tercer hora me salí del teatro fastidiada y muerta de hambre. Estaba sola porque mis compañeras estaban sentadas en otro lado y no quise importunar el espectáculo, así que tampoco quería sentarme sola en alguno de los restaurantes abiertos en la Plaza Mayor. Entré a un lugar y cómo me temía, gracias a lo que había observado, no tenía servicio para llevar (no es un uso común en el país en general). No sé qué cara pondría yo de hambre y angustia, el caso es que la chica me dijo que me podía llevar la comida en el plato y regresarlo a otro día ¿¿¿¡¡¡!!!??? No me pidió mi nombre, ni el nombre de mi hotel, ni algún teléfono, nada, y el plato era uno bueno, de vajilla, de esos modernos, cuadrados. A Margo le parecía increíble aquello ¿cuándo podría suceder algo así en EEUU? y tampoco me ha sucedido en México. Margo me tomó una foto con ese plato, afuera del restaurante, cuando fui a devolverlo a otro día.
Finalmente dejamos Salamanca para dirigirnos a Trujillo, Extremadura; el lugar en el que cada dos años Conexiones se hospeda y recibe una acogida alegre y cálida.
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