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Thursday, December 30, 2010

Las palabras de Marisela

Ignorar a quien reclama justicia desde un cuerpo de mujer ha sido fácil y esto no es ninguna novedad.

Clara Scherer

Marisela Escobedo está muerta. Pero el reclamo que dicen todas sus palabras (dichas con el mismo acto, producto de su búsqueda inútil de justicia) es más fuerte que cuando estaba entre nosotros. Como en la antigüedad griega, Antígona-Marisela reclamó su lugar en la sociedad, porque sabía que tenía derecho. Aunque los poderosos no lo crean, las mujeres somos seres humanas.
 ¿Qué nos dice? Que la causa de su muerte es haberla intentado silenciar con la ignorancia. Ignorar a quien reclama justicia desde un cuerpo de mujer ha sido fácil y esto no es ninguna novedad. Todo lo contrario, algo tan cotidiano que asombra que aún haya mujeres que crean ser escuchadas. No escucharla fue la causa de su muerte.
 ¿Quién debía tomar nota de cada una de sus palabras? Desde los ministerios públicos, los jueces, el “procurador de Justicia”, el gobernador. ¿Qué decían sus palabras? Mataron a mi hija. Yo sé quién, sé dónde se oculta el asesino, sé cómo sucedió.
 ¿Por qué nadie la escuchó? Porque “en ladridos de perro y palabras de mujer, no has de creer”, dicho anónimo de una sociedad machista. Las y los ministerios públicos no quieren ser molestados con tan poca cosa. Si cada día en México mueren muchas mujeres asesinadas por sus “amores”, ¿qué más da una más?
 Y ese “procurador de Justicia” al estilo más orwelliano posible, tiene como misión hacer lo contrario de lo que señala el nombre de su puesto. Del gobernador, que se sumó a quienes dicen que “el tono de la voz de las mujeres es muy molesto”. Cuatro días antes, Marisela le habló y él prefirió no responder y salir de prisa. El tono de voz agredió sus frágiles oídos, “porque lo más importante no es lo que alguien dice sino cómo lo dice”. O ¿el tono con que lo dice: masculino, agradable; femenino: desagradable?
 Marisela fue mucho más valiente que miles de hombres. Se enfrentó a su poder, hizo lo que ellos no querían y no podían. Descubrió al asesino de su hija, notificó a la policía y, a ésta, se “les escapó”. No se dio por vencida, lo volvió a localizar y lo llevó a los tribunales. ¿Los jueces? Aún no los encontramos, porque los señores que tomaron su lugar se dedicaron a “lo importante”: analizar la manera de dejarlo libre. Y lo dejaron. La complicidad, la impericia, la negligencia, el “caiga quien caiga”, siguen siendo la única forma de, ¿justicia?, para millones de mexicanas y mexicanos.
 La voz de Marisela no se apaga. Y mientras haya madres amorosas, padres que velan por sus hijas, maridos que comparten en igualdad su vida con las mujeres, hijos que agradecen sus cuidados, no se apagará. Porque ese mundo donde los seres humanos conservan la dignidad, en México, y especialmente en Chihuahua, quieren borrarlo. Y Marisela nos recuerda que una vida sin dignidad carece absolutamente de sentido.
¿Cómo entender que los senadores no hayan acordado una ministra de la Suprema Corte que cumpla, además de los requisitos, con conocimientos en materia de género? Para concluir con el sinsentido del manejo de la justicia en México, ¡El Vicentillo fue puesto en libertad el mismo día! (Excélsior, 18 de diciembre).
 Para desgracia nuestra, las mujeres seguirán haciéndose cargo de sus muertas, de procurar justicia y de morir en el intento, asesinadas en la puerta del palacio.
*Licenciada en pedagogía y especialista en estudios de género


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