Español 307
04/21/2012Un día antes de Navidad
Con la
barriga llena de pastillas, Walter sonrió y se fue a dormir al lado del árbol
de Navidad. En la habitación, tenuemente brillante, las luces colgaban sobre
los regalos y la casa. Suspiró mientras
la nieve se reunía en el porche...
Walter se había pasado la mayor parte del día en el hospital. Su hija, de 13 años, Lisa, había muerto. Un año había pasado desde que ella había sido diagnosticada con leucemia…Sus manos eran frágiles y suavemente se entrelazaban en el regazo mientras ella permanecía inmóvil junto a la máquina que le ayudaba a seguir viviendo. Walter sabía que Lisa estaba cerca del final, y que, aunque sus ojos estaban cerrados, podía oír su voz:
-Lisa, soy tu
padre. Te quiero mucho, y yo no quiero tener miedo. Estoy aquí contigo. Estoy
aquí.-La pequeña cabeza calva siguió hundida en la almohada y ella no
respondió. Una hora más tarde la hija de Walter había dejado de vivir.
-Siento mucho
su pérdida, señor. Déjenos saber si podemos ser de alguna ayuda -le dijo el
médico con lágrimas. Walter lo agradeció y se fue del hospital.
Antes de ir a su casa, Walter había dado un paseo por
el parque que se encontraba cerca de su hogar. El aire era frío y el humo de
las chimeneas se elevaba lentamente hacia el cielo gris. Tenía la boca seca y
el estómago le dolía por la intensidad de su llanto anterior. Mientras él
caminaba por el pasto, empezó a sentirse eclipsado por una realidad indiferente
y absurda. Allí estaba él, un arquitecto de 39 años que acababa de perder a su
hija única.
-Si Dios
existe...- empezó- Si Dios existe ...
Un copo de nieve cayó sobre su nariz y se dio cuenta de que había empezado a oscurecer; se encamino a su casa. Cuando llegó se quedó afuera durante varios minutos, mirando fijamente los paneles en la puerta del garaje. Nada importaba ya…Entró.
Hacía unos meses que Walter había tenido un
accidente automovilístico que le había dejado graves daños en su pierna
izquierda. Le habían dado Vicodin, que sólo utilizaba cuando el dolor se hacía
insoportable. La botella pequeña estaba junto a la pasta de dientes, la vio y
comenzó a llorar con fuerza. Los sollozos lo acompañaron por el pasillo y Milo,
el gato, se escondió bajo la cama de Lisa con sus oídos aguzados.
Cuando Walter se quedó sin aliento, volvió al baño mientras se retorcía las manos nerviosamente. El calentador se había quedado toda la tarde prendido y el calor lo hizo sudar profusamente bajo su abrigo de lana. Su pálido reflejo frunció el ceño sobre el lavabo y miró fijamente a sus ojos, secretamente deseando poder cambiar de opinión. Agarró la botella amarilla pequeña y se fue a la cocina, donde tenía media botella de vodka sobrante del día de Acción de Gracias.
Las pastillas
estaban secas y se pegaron a sus labios. Tomó varios tragos de alcohol y se
tiró en el piso de la sala, frente a la pila modesta de regalos debajo del
árbol. Él le había comprado a Lisa una nueva serie de colores pastel y
marcadores para la Navidad, para cuando tuviera la energía que solía tener para
poder dibujar…
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